Arquetipo: Ícaro.

Un paso delante de otro, un paso más. Como por si acaso. Para no quedarme en un solo pie, para no despegarme del suelo. Caminaba apresurado, cada paso tocaba el piso con más prontitud que el anterior. Mi caminata se hizo carrera y mi carrera saltos. Entre salto y salto uno de mis pies ya no toco el piso. Me elevé. Me vi convertido en ave, con plumas de fuego oscuro, tan oscuro que atraía la luz. Cielo y viento. Pensamientos y quimeras. Oxígeno y… qué más da los otros componentes. En el cielo, en picada, desde las alturas, observaba el mundo, a sus creadores y sus secretos, ocultos a ellos mismos. Cada uno guardaba una parte de aquella ecuación, generadora de realidades, madre de todas las cosas. Descendí de los cielos. Me sentí lleno de luz, arropado por todo el conocimiento. Mis plumas se convirtieron en piel y mis alas en brazos. Grande era mi sentimiento de plenitud, profunda mi felicidad. Era pues el hombre más sabio, aquel que se había bañado en la luz de Prometeo, viajando en un instante a las profundidades del Hades. Observé una flor y mi felicidad se hizo desdicha y mis logros se convirtieron en vergüenza. Aún con todo el conocimiento, no podía cortarla sin que ésta muriera.

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